Lugares donde se desarrolla la novela

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Cerro Lucero y Venta Panaderos

domingo, 7 de febrero de 2016

Historias y leyenda. Margarita Larios. Chacho José. Cómpeta. "El cazador del arco iris"



 31/   Preguntó mi hijo Ramoberto: ¿Cómo era aquella historia que contaban del Chacho José con la hija de los Larios de Málaga?, y mi mujer, que parecía desear narrarla, le contó  la parte que ella sabía, mientras yo decidí salir a orinar, porque aquella historia de finales del siglo XIX la había oído yo muchas veces a mi padre. Resultó que José Fernández (El Chaco José), uno de los cuatro huérfanos de Manuel y María Jesús, era el abuelo de mi mujer, flirteó con una hija de los marqueses de Larios, finales del siglo XIX, o mejor sería decir que ella flirteó con él. No os preocupéis, hijos, y no tratéis de descifrar el jeroglífico familiar, para encontrar a este familiar me valgo yo de un esquema genealógico, es imposible enterarse sin un plano.  El Chacho José era un hombre muy guapo, moreno como un árabe y el más alto de la Acebumeya y Cómpeta medía casi dos metros, un gigante bien proporcionado, una excepción de hombre, teniendo en cuenta la media de enanos que había en España por aquella época. Todo un ejemplar de los Simontes del que todos estábamos muy orgullosos.  Algunos achacan la altura de esta familia a la abundancia de leche y quesos de cabra, almendras, pasas e higos y eso sí, muy buen agua.

   El Chaco José fue seleccionado en Cómpeta para representar los productos de las comarcas en una feria provincial en Málaga, hablamos de finales del XIX. El Chaco José causó más impresión que los productos de la tierra.   Tal fue así que la hija de uno de los marqueses de Larios, que lo vio tan guapo y alto,  quedó en que le escribía cartas.  Pero el galán  no estaba muy ilustrado, ni adiestrado en eso del amor para engatusar a la malagueña millonaria. Hoy en día seríamos todos marqueses o algo parecido.  Con lo fácil que le hubiese sido tirarle los tejos en los jardines colgantes de Puerta Oscura a la luz de la Luna mora, con ese biznaguero irresistible que te pone el perfume directo en el corazón, y le regalas una biznaga para la oreja,  y luego una gitana de las que  venden romero  te echa la buena ventura favorable, si le das una buena propina.  Pero su alma de campesino, y su complejo de poca instrucción podían más que él, y eso que Doña Margarita Larios, vino una vez a verlo a la Acebumeya con unos amigos  con la excusa de cazar monteses junto el marqués Don Juan Alierta de las Almenas de Jayena. Ella también era alta, por eso quizás le atraía.





La señorita Margarita Larios se presentó en la Acebumeya acompañada por un grupo de amigos, montada en su caballo a horcajadas como los hombres estilo recomendado en aquellos  lugares quebrados de montería.  Sin embargo, la prestancia de aquella señorita blanca, intacta a las garras del sol de mayo, vestía con pantalón de pana ocre y botas protegidas, y la melena con un sombrerito de paja sobre un pañuelo entre el amarillo de Nápoles y el amarillo de cromo: filtraba sobre su cara una difusa sombra cual cuadro impresionista de un Sorolla o un Monet.  Los niños al verla llegar a la venta-taberna de María Jesús, la Simona, le pusieron el mote de la mujer de amarilla.  En Acebumeya preguntó por José para que le organizara una montería, y el muy tonto, que nunca se lo perdonaremos, desertó de ser guía de una recua de arrieros que tenían que llevar a los señores hasta el Cortijo Imán por varios días de acampada y cazaría de cabras monteses o hispánicas.  Con lo fácil que hubiese sido llevarla a la misma Luna del Almedrón donde las verdades de este mundo no tienen importancia con la maravilla del paisaje, y allí, con el perfume silvestre de los pinos y los jarales, y contra las pulidas rocas del fósil glaciar, sí que no se escapaba.  La señorita Doña Margarita Larios, aunque era alta, no era un primor de mujer, ni una rosa de los vientos ni tampoco un parche en una rosa, pero tenía mucho dinero, fortuna comparada a la de los  Heredia (metalurgia y textil).  Y es que los Larios eran propietarios de casi todos los trapiches de la costa malagueña y granadina desde Torre del Mar a Salobreña, menos de los trapiches de Frigiliana que no se los vendieron, donde el cultivo tropical de cañas de azúcar hacia la mejor melaza del mundo, el azúcar de remolacha no se puede comparar con la de la caña de azúcar.  Los Larios hicieron fortuna también con el alcohol de caña y su famoso Gyn o Ginebra Larios.

    Ella, se había hecho invitar por el padre del marqués de Jayena,  que nunca había llegado tan abajo, porque sus tierras se extendían entre Jayena y Agrón en Granada en el mismo límite de provincias donde se abre una vega de tierras planas como un naipe.  También les acompañaba Doña Eugenia, la mujer de Don Sebastián, notario de Nerja, un cocinero y una corte de peones con cinco o seis mulas y el equipaje de la señorita en dos baúles de madera de cerezo con adornos de marfil, dos rifles enfundados de culatas de nogal, tiendas de campaña y toda clase de mejoras para una vida cómoda en la abrupta e inhóspita sierra para gente gorda (ricos).  





   

   Buscaban, cómo no, a nuestro tío abuelo José, el hombre más apuesto jamás conocido, un auténtico Rodolfo Valentino que sería el guía y los  podría llevar  hasta Rajas Negras donde a las monteses se les ve incluso mover las orejas a cincuenta metros de distancia. Pero aquel Rodolfo de toda la Axarquía, era tímido, campesino y pastor, tuvo miedo de la dama y se fue huyendo hasta el Cerro del Cisne, un cerro inexpugnable, invencible, agreste, recio y rocoso, adonde acudía algunas veces para despejarse del acoso de las mujeres de la región.

  La señorita Margarita Larios se vio muy contrariada al no verlo como guía, tanto que la cacería de monteses se suspendió.  Eran cacerías que dejaban mucho dinero a los venteros,  arrieros y peones u ojeadores, se pasaban una semana y pagaban cinco duros por día a cada hombre, más comida y derecho a carne de montés.  Ellos, los señoritos, tan sólo querían los trofeos: cabezas con cuernos.  Se marchó la señorita  por la curva de la loma de Cruz Gitano muy contrariada y no regresó jamás, y el muy tonto de José se quedó en Acebumeya limpiando corrales, vendiendo estiércol y aguantando las risas de las mozas que se burlaban de él por su timidez, hay que ser educado y respetuoso pero hasta cierto límite. La timidez es curable si uno se planta ante las dificultades que nos atemorizan.  Luego se casó con una hija del tío Gaspar, tuvieron cinco hijos, entre ellos a Emilio el padre de mi esposa. José falleció a los 86 años. Era un gran artesano del esparto.






   El esparto largo crecía en grandes tochas, era una planta de la que se sacaba mucho provecho. Mi abuelo paterno Miguel me decía que si no aprendía a hacer pleita sería un inútil el día de mañana. Menos mal que no me hizo falta quizás por eso acabé en la Guardia Civil. Las de tres ramales era fácil, pero la de seis más compleja pero la de nueve, casi imposible, hay que tener manos grandes y mucho oficio. De esparto se hacían esteras, serones, aguaderas, esparteñas  y espuertas, había de dos clases, la pequeña que se llamaba terrera y la más grande que se llamaba estercolera. También se hacían cestitos y canastillas con el esparto entero sin majar, que se llamaban de peine, por su forma, pues  parecía la parte externa de los peines.  Mi padre podría hacer un par esparteñas de esparto o “gubia” como también se le llama,  en una hora –alpargatas de esparto- o esparteñas, que algunos decían “espardeñas”, andando y sin sentarse. Era el calzado del campo, sin embargo las abarcas eran de goma con suela de camión, que vinieron después. En inviernos nos las poníamos con calcetines de lana confeccionados a mano por mi madre, que había un par de calcetines a ganchillo en un par de días. En los pueblos de la Axarquía todavía existen artesanos que hacen objetos de esparto para venderlos como artesanía local a los turistas como souvenir.


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