Lugares donde se desarrolla la novela

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Cerro Lucero y Venta Panaderos

jueves, 4 de febrero de 2016

El pago del rescate en el secuestro de Pepe Banderas, el Tozudo, a los maquis. Apartado 72 de "El cazador del arco iris".



72/ Uno de los hombres de la partida del Terrible, ensilló el caballo de Pepe Banderas, lo montaron encima y se lo llevaron a la sierra con las manos atadas a la silla con los ojos vendados. Se le vio perderse por el camino de los Peñoncillos de Melindres hacia la sierra confundidos con el abrazo de la madrugara sin luna, y entre la boscosa oscuridad  de los olivos y las últimas higueras, mientras su mujer y los niños se quedaron llorando desconsoladamente, pero ella conocida por los peones como al ama, que por cierto era prima lejana de mi padre, se hizo fuerte, desató a los peones, y les dio ánimos. Ahora tenía  que buscar los veinte mil duros, una gran cantidad de dinero, sabía que de lo contrario  mataban a su marido, ya había hecho con otros,  no iba a ser el primer secuestrado muerto ni el último. Y si quería verlo vivo tenía que espabilar y guardar secreto a la vez. ¿Pero dónde encontrar esa fortuna? ¿Quién la tenía?  Se fue a Málaga y buscó al abogado don Vicente Ramos, el que en tiempo de republicanos estuvo escondido en Acebumeya con su hija la maestra Dª Dolores. Había que pedir prestado a un Banco, eso sí, sin decirle nada a la Guardia Civil y para ello pidió silencio a los peones.  Porque  estaba segura de que si lo denunciaba ante los civiles, su marido se podía convertir en un muerto seguro.  Otros secuestrados se habían puesto, con la mejor intención, en manos de los civiles y no salieron bien parados. Aprovechando la incertidumbre y el miedo de los “aguanosos” sucedió que Rosendo de Frigiliana recibió carta anónima amenazándole de muerte si no estregaba un dinero, y se puso de acuerdo con los civiles de Frigiliana, que hicieron un apostadero en Cueva Oscura, cuando se acercó el correo con el dinero, le echaron el alto y era el Lázarino, un vecino de la Molineta, no bandolero, que aprovechando el clima de terror mandaba anónimos pidiendo dinero a ciertas personas con capital.

    Pasó los diez días y Lourdes Fernández que, tenía un par de ovarios donde lo tienen que tener las mujeres, ya tenía el dinero en billetes de quinientas  y cien pesetas, hipotecando la finca en un Banco de Málaga y vendiendo la casa de los Areyanes en Cómpeta.  La noche que el ama tenía todo listo para salir de madrugada hacia Piedra Escrita, lugar del cambio, se presentó de improviso la pareja de la Guardia Civil en el cortijo Cuartero. Se asustó mucho al verlos, pensando que lo sabían todo, tras hablar con ellos dijeron que venían varios días de correrías por la zona y venían a quedarse a dormir esa noche, como era costumbre. Menos mal, porque si se hubieran enterado del secuestro de su marido no permitirían el cambio. Lourdes se excusó en darles cobijo dentro del cortijo Cuartero porque no estaba su marido presente, pero les ofreció la casa de los peones, quienes no hablarían ni una palabra del asunto, el ama era una mujer de mucho cuidado y se le temía. La pareja de civiles como de costumbre no hacía más que preguntar y preguntar, luego cenaron puchero y se marcharon al cortijo cobertizo de los peones, que se alejaba de allí a un tiro largo de piedra.

 Al día siguiente la pareja se marchó muy de amanecida, casi de noche y con el lucero del alba encendido. Cuando los vio partir, el ama tomó el dinero en unas alforjas, tomó su sombrero y la escopeta, y se fue acompañada de un peón de confianza, que  le aparejó una mula para ella, y los dos subieron a la sierra por el camino de la Acebumeya hasta tomar la Ruta de la Miel, se pararon en el manantial de la Sirena para darle de beber a la mula.  




                     (Lourdes con la mula y el rescate)


  Pasaron por Puerto Blanquillo y subieron por los malos caminos de herradura, pasado la Cruz Simón  y llegaron al punto acordado de Piedra Escrita. El ama iba pensativa, sin darse cuenta que los romeros estaban en flor, que el rocío de la mañana cubría las adelfas de los arroyos y que  los enebros estaban  llenos de bayas verdes.  Era Piedra Escrita un punto dominante, donde se podía avistar cualquier emboscada, el topónimo se debía a que existía allí y existe, en el mismo camino, un peñón con una cara lisa y blanca de mármol como una lápida donde hay unos signos antiguos y extraños que no los entiende nadie.

  Pero el ama Lourdes Fernández, que siempre fue muy astuta, había escondió la mitad del dinero del rescate en una  calera del cortijo Cebolleros cuando se paró en la fuente del mismo nombre, poco antes de llegar a Piedra Escrita, desconfiando de aquella gente sin escrúpulos que se la podían jugar.  Siguieron subiendo y en el punto acordado, el peón, innecesariamente, pegó un silbido para notar su presencia, como sí los maquis no les estuviesen vigilando desde que aparecieron por Cerro Blanquillo.  Cuando llevaban un rato en Piedra Escrita aparecieron los maquis como si hubiesen nacido allí mismo ocultos entre los altos romeros. Lourdes, imperativa, como era su carácter, dispuesta y con determinación, dijo que lo primero que quería era ver a su marido vivo, antes de entregar el dinero. Quizás porque cuando se lleva encima el dinero de un rescate siempre da cierta ventaja de maniobra contra los secuestradores. Uno de los jefes maquis que estaba encaramado en un pino ordenó, que se haría lo que ellos dijeran. Se acercaron otros emboscados y registraron al peón y las alforjas en la grupa de la mula. El Duende intentó cachear al ama, ésta se revolvió con colmillos de leona sacudiéndoselo de encima y por poco le muerde. De entre los maquis se acercó una mujer joven vestida con pantalones, rasgos morunos, con el pelo cubierto por un pañuelo blanco, muy aparente de rostro, y fue quien le registró las ropas para saber si llevaba alguna pistola oculta. El Duende gritó enfurecido ¡Queremos ver el dinero!

   La guerrillera era Ana González, La Tangerina la novia del Roberto, Jefe de la Agrupación de Málaga-Granada,  una mujer dura, sin sentimientos y rabiosa, ella fue la que acercó a la grupa de la mula y cogió la alforja de un manotazo, mientras era protegida por dos escopetas, o quien sabe cuántos cobardes fusiles apuntando contra una mujer y un peón. Abrió la alforja, contó el dinero: Aquí solo hay diez mil duros, ¿y la otra mitad?, preguntó con la mirada fija y rasgos de extrañeza.  La otra mitad cuando soltéis a Pepe encima de su caballo y yo lo vea a salvo y muy lejos de aquí, la afirmación de Lourdes tenía unos tintes resolutivos e imperativos, que parecía como si ya nada hubiera que negociar más con ella.



                          (Piedra Escrita, sierra de Almijara)



     La Tangerina soltó sus dos tigres  ojos a Lourdes, eran dos azabaches duros como culotes de cartuchos, pero Lourdes no le apartó la mirada, y en sus ojos no hubo ni un solo parpadeo. Porque, a veces, la ira contenida ahuyenta al miedo, dando a entender que ahora tenían que confiar en ella o no entregaría la otra mitad del dinero. El peón de los Bandera no sabía dónde meterse y jamás creyó que tuviera un ama con dos ovarios tan validos como dos pelotas masculinas.  Lourdes seguía altiva, no bajaba la mirada severa devolviéndole el clavo de sus ojos negros herencia de otros moros que tampoco se acojonaron en estas mismas sierras en la defensa del Fuerte o el Peñón de Frigiliana. ¿Qué se creía  La Tangerina que aquella mujer era una señoritinga, que no conoció el dolor del trabajo duro y la tragedia?, estaba  muy equivocada porque el ama sí que estaba decidida a todo por salvar a su hombre.

    Es verdad, sólo hay diez mil duros, tendrás cara, te hemos pedido veinte, ¿sabes cuánto son veinte mil?,  ¡la muy zorra!, te vas a enterar.  A eso que  La Tangerina se enojó de tal modo que se dirigió hacia Lourdes, y ésta echó mano a la escopeta que llevaba en bandolera, en forma nada amigable, con raras intenciones, soltándose el pelo al estilo mora para pelearse en lucha libre si hacía falta; pero en eso que sonó un disparo al aire en la decrépita sierra, era la escopeta del primo segundo Atilano Orgaz, alias Judas,  huido con el RobertoYa está bien que le saquemos el dinero a mi prima, pero dejarla tranquila.   Lourdes  vio a su primo confabulado con los maquis, supo enseguida, que quien había dado el cante de la situación económica de Pepe Banderas había sido él. Sin embargo, Judas, en su conciencia no quería que se abusara de Lourdes, eso no lo iba a permitir, se había vuelto tierno y sentimental con la familia. Pero imbécil ¿qué haces pegando tiros?, tate quieto, no ves que le estás diciendo a los civiles donde estamos, habló por fin el Roberto. Lourdes con ojos felinos le increpó a Judas su acción delatora: parece mentira que tú sea un Simontes, es que tu apodo te vienen clavao, y le escupió a los pies. Y Judas se dio la vuelta y se fue cojeando.

     Y así fue como soltaron a Pepe Banderas, sano y salvo, con una barba de una semana, aceptando las condiciones impuestas por su mujer. Se montó en su caballo,  al que  La Tangerina ya le había echado el ojo para quedarse con él. Y cuando Lourdes calculó que Pepe estaba muy lejos de Piedra Escrita  casi ya en la Acebumeya, ella y el peón llevaron a los maquis hasta la calera de Cebolleros, donde había ocultado previamente la otra mitad del dinero que faltaba. 


Obra narrativa: "El cazador del arco iris"

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