Lugares donde se desarrolla la novela

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Cerro Lucero y Venta Panaderos

lunes, 8 de febrero de 2016

El asesinato de Adriano Orgaz. "El cazador del arco iris". obra narrativa



(Fragmentos de la obra)


Y es que cuando Pastora pasaba por la única calle de la Acebumeya, a Adriano Orgaz la lengua resentida se le movía como la cola de una chota para criticar, y todo por envidia, la gente decía que en la juventud Pastora lo despreció como pretendiente.  No es que la gente lo dijera, es que fue verdad. Y tal vez esto le provocaba recelos y envidias.  Y es que una mujer no podía despreciar a un hombre, ni siquiera Pastora, la hija de Casimiro Ruiz, el Talabardero, la más guapa de todo el lugar. ¡Vaya...!, que hasta los cantos rodados del camino se quedaban en reverencia dejándose pisar en un ji,ji,ji,ji..., de guijarros rozados unos con otros.
Evaristo, el Feo, enemigo encarnizado de Adriano Orgaz, tenía muy mala leche y mala condición,  le contó a Gabino, por la amistad que tenían desde la infancia y porque fueron quintos y sirvieron en el mismo Regimiento del Arsenal de la Carraca en Cádiz, que Pastora, su mujer, le estaba engañando con Adriano Orgaz.  Y aquella aldea, que no era ni una cagada de mosca en un mapa,  tenía la fatalidad de que cualquier crítica pasaba de boca en boca sin compasión, con esa mala costumbre de empezar diciendo: te voy a contar una cosa, pero no se la digas a nadie. Y al otro día o esa misma tarde, todo el mundo lo sabía.  



         (Bifurcación hacia Acebumeya, donde ocurrió el crimen)


  Así que una tarde de venganza, Gabino se acercó con su caballo hasta la loma de la Cruz Gitano camino de Frigiliana, lugar maldito y gris donde adivinabas que, si alguien te espera allí, era para hablar contigo muy, pero que muy en serio. Esperó pacientemente.... Eso, muy paciente, a que regresara Adriano  de una de sus compras  para el abastecimiento de la taberna.  Mientras llegaba Adriano, Gabino se sentó a comerse la merienda: cortaba el cerdo seco con una  navaja grande.  Seguro que Gabino pensaba en lo que le  iba a recriminar: Adriano, ¿es verdad que te acuestas con mi mujer? Y Adriano nervioso debería ponerse a la defensiva, no, no es cierto, son habladurías, ya sabes cómo es la gente de mala. Y Gabino respondería: Pues ten cuidado con lo que se hablas, porque yo no tengo mucha paciencia.
 Al fin llegó la hora y Adriano venía montado en su mulo romo o burdégano (caballo y burra), Gabino lo frenó en seco y sujetando el cabestro del animal le hizo bajar. Parece que la conversación que tuvieron fue otra a la que había pensado Gabino. Debió ser así:
–Adriano he venido a matarte, lo que te voy a preguntar es duro, muy desagradable para mí, ¿es cierto que te acuestas con mi mujer?   –Imitando el tío Antonio la voz de  Gabino-.
–Mejor será que se lo preguntes a ella, y lo que ella te diga será la verdad, no puedo dejar a una mujer por embustera ni mentirosa.  –Imitando mi mujer la voz de Adriano-.
–No, yo quiero que tú me la digas, aquí y ahora, a solas como los hombres, sin que te escudes en la gente de la Acebumeya.  –dramatiza el tío Antonio.
–Tú eres un enfermo de los celos, vete a tu casa, y te acuestas y duermes un poco el vino que llevas encima, que me das miedo con esa navaja en la mano.   –dramatiza mi mujer.
–Dímelo ahora, mira que tengo poca paciencia.  –El tío Antonio-.
 Es el momento en  que Adriano se subió en la mula porque temía lo peor y se quiso marchar.
–No me des la espalda, que te estoy hablando y cuando un hombre te hable mírale a la cara.   –Mi mujer en su papel.
–¡Déjame ya de una puta vez! Tú crees, que ya a mis cincuenta años voy a ir cortejando a las mujeres de los demás.  Bastante tengo ya  con tres mujeres en mi casa: mi madre, mi mujer y mi hija. –El tío Antonio-.
Y Gabino, ciego por los celos y la ira, sin querer, confesó después, que le acarició con la navaja en el estómago para impedirle que le diera  la espalda, con la mala suerte de clavársela en una de esas venas digestivas, corte pequeña por donde se desangraba tal cual odre pinchado por el pico de una espada o catana, Adriano se echó las dos manos al vientre pero no había forma de contener aquella hemorragia.
Yo pienso para mí solo: “Ciego por los celos y por los cuernos, que a veces, los primeros cuernos duelen mucho, luego algunos hasta viven de ellos y no me refiero a los matadores de toros”.
 –Me has matao Gabino, por una mentira, ¡asesino! –grita el tío Antonio.         
 Gabino subió a su caballo, convencido de que había hecho justicia de honor, cuando al mirar para atrás vio que Adriano Orgaz se desangraba en el camino, arrepentido, se acercó hasta la encorvada figura del herido grave y lo montó en el caballo vinoso y tiró para Frigiliana a toda priesa, en la cuesta del Manchego se había desangrado Adriano Orgaz como un choto degollado.
  Cuando se enteró la Chacha Lola, viuda desconsolada, cogió un almocafre y se fue con su hija a recoger la sangre que se había empapado en la tierra,  que como una estimada reliquia no quería que la sangre de su marido fuera pisoteada en el camino por las bestias y las suelas de los zapatos o abarcas. Y Gabino se fue directo al cuartel de la Guardia Civil para presentarse como autor del crimen.  Un abogado aconsejó a Pastora Ruiz, que en el juicio oral, debía  decir que efectivamente era amante de Adriano Orgaz, aunque fuese mentira, porque matar en defensa del honor, la pena sería mucho menor, en aquellos años donde el adulterio estaba penado, y para el marido burlado era cuestión de honor.  Pastora que sólo había conocido a un hombre en su vida, su marido, se vio acosada por la familia de los Gabino, y tuvo que mentir, y decir que efectivamente era la amante de Adriano Orgaz, tragándose las lágrimas como sapos de los viñedos. ¡Como si una mujer no tuviera honor que defender! El honor, en aquellos años, era patrimonio exclusivo de los hombres.  Como Pastora quería a Gabino de verdad y además tenían un hijo, mintió al juez, diciendo que se veía con Adriano en un caserón viejo de la Acebumeya de Abajo.  Testificó como se lo habían preparado y lloró lágrimas como piedras de molino sin orificios, pero los Orgaz no se lo perdonaron nunca.  Pastora Ruiz fue condenada a la pena de cárcel por adulterio por varios años, pero solamente estuvo unos meses en la prisión de mujeres de Málaga. Y Gabino también fue condenado a varios años en prisión, más media fortuna gastada en abogados. Pero la mujer, hijo e  hija  de Adriano Orgaz no estuvieron nunca conforme con las penas de los pocos años de cárcel y juraron venganza familiar: vendetta al mejor estilo siciliano.
   Yo añadiría a la historia de Gabino Onibag que estando preventivo se fugó de la cárcel de Vélez-Málaga y no volvió a saber nada de él. Hasta que muchos años después apareció muerto en calle Carretería de Málaga con una puñalada bajera, signo evidente de una venganza cumplida, pero ¿quién cumplió esa vendetta?
Cumplida la condena Placida regresó al Cortijo Grande. Pero las habladurías,  el no mirarte, el escupirte, y el desprecio vecinal fue la causa de que Pastora se marchara con su hijo al barrio de Pedregalejo en Málaga. Se quedó con el mote de Pastora, la Adúltera, y nunca más su figura erguida con sombrero de palma cruda, vestida de luto se vería pasar por el Collado de Asunción, y no hubo más alegrías matinales de paseos de mujeres solitarias en aquella aldea perdida de la mano de Dios. Donde las más mujeres, casi nunca iban solas.




28/ Justino Orgaz,  único hijo varón del difunto Adriano Orgaz y de Chacha Lola,  juró sobre el cuerpo presente de su padre que algún día le vengaría  con sangre de los Gabinos, pero no pudo cumplir su venganza porque de joven se murió de una pulmonía, tan sólo podía cumplirse la obligación de la venganza en un varón de sangre materna, en este caso se pasó al hijo ilegítimo de Plácida Orgaz y de Antonio Simón, llamado en realidad Atilano pero  de sobrenombre Judas, y así es como se quedó con el horrible apodo. 

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