El 18 de julio
del 1936 tenía yo catorce años, los iba a cumplir el 26 de ese mismo mes. La
guerra iba a cambiar todos mis planes y los planes de toda la familia, un desastre
humano de incalculable desenlace. Se
llevaron a todos mis hermanos mayores, menos a mi padre, ya que él era muy
viejo había nacido en 1874 y además estaba mal del pecho y no podía trabajar ni
coger las armas. Mis hermanas mayores se
habían marchado con sus maridos, y mi madre, mi hermana Salvadora y yo tuvimos
que hacer todos los trabajos duros del campo.
Mi padre nos vigilaba y quería que rindiéramos como los hombres y en
cuanto nos sentábamos un poco para coser o descansar ya se enfadaba, además
estaba muy nervioso porque a algunos familiares los habían fusilado y a otros
metidos en la cárcel. El terror imperaba en Acebumeya y Frigiliana, pues no
sabía quién te podía denunciar. Los veranos del 36 al 38 nos quedamos sin
hombres. Y las mujeres tuvimos que hacer todas las faenas del campo, desde
cavar, podar, injertar, labrar y recolectar. El tiempo de mayor trabajo
empezaba en julio, todo el verano se lo
dedicábamos a las uvas, las pasas, los higos, los frutos, los bancales y por la
tarde horas y horas con el formalete
entre las piernas espulgando pasas y cortándolas una a una de los racimos.
Luego en invierno venía la recogida de las aceitunas, y era un no parar. Estaba
deseando casarme para no trabajar como un peón/a sin sueldo, salir del yugo de
mi padre y de toda aquella soledad del cortijo.
(Carmen Fernández) |
En el mes de
diciembre de 1938, faltando unos meses para que acabara aquella maldita guerra
me dieron un disgusto de muerte, los nacionales, que ya hacía un par de años
que habían entrado en Málaga, se llevaron a la guerra a mi novio con dieciocho cumplidos, y estuvo
seis años de mili, de vez en cuando venía
a verme. Nunca pensé en que lo
podían matar. Mi madre siempre nos dijo
a las hembras que cuidadito con los hombres que ellos solamente buscan el goce
de los instintos, no nos fuera a pasar como a Plácida Orgaz, que Antonio Simón
le hizo un crío sin estar casados y luego
pasó lo que pasó. Un hijo
ilegítimo era lo peor que le podía pasar a una joven soltera.
Pasada la guerra
el campo se puso muy malo por culpa de los maquis de la sierra y mi padre
compró una casa en el barribarto de Frigiliana, hoy calle de El Darra, a donde
nos fuimos a vivir, pasar del solitario cortijo al pueblo fue un cambio radical
en nuestras vidas, entramos en la sociedad, mis hermanos se fueron casando
todos. Tanto yo como mi hermana Salvadora esperábamos que alguien nos rescatara
de nuestra alcazaba y exigentes padres.
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