Lugares donde se desarrolla la novela

Lugares donde se desarrolla la novela
Cerro Lucero y Venta Panaderos

lunes, 8 de febrero de 2016

Así comienza "El cazador del arco iris". Con el despertar de un espíritu narrador, por un misterior que el lector resolverá al leer el libro.



CUANDO DESPERTÉ ME ENCONTRÉ EN ACEBUMEYA, MI ALDEA DE NACIMIENTO, AHORA RECONSTRUIDA.  No sé por qué medios he regresado del más allá,  he vuelto a oler a pinos, a romeros, a tomillos, a conejos dormidos,  a corrales y a cabras; y a oír la música del viento y del arroyo cantarín alegre, y de fondo el piar de los pájaros silvestres. Es que, algo…, no sé qué, me ha hecho resurgir, resucitar del valle de las sombras de la muerte por un encantamiento o un hechizo triunfante o tal vez, quien dice, si no soy la proyección de un sueño de otro que a su vez sueña conmigo o sobre mí. Soy un espíritu o sombra que se mueve, sólo eso, una sombra sin cuerpo, o es que, quizás, estoy en el cuerpo de algún familiar que a su vez es un soñador despiadado y empedernido.   

Tengo la inequívoca certeza de que he vuelto a ejercitar la memoria de mis recuerdos pasados, recuerdos en blanco y negro de un tiempo oscuro, y volver  a ser de nuevo aquel buscador de sueños, de pájaros en la cabeza y de grandes ilusiones irrealizables, aquel  cazador del arco iris que deseé ser en la  abrupta y bella Sierra de Almijara en mi juventud de pastor de cabras,  con la exagerada imaginación de creerme ser más importante de lo que yo era o confundir a los gorriones con los halcones o a las moscas con los vencejos o golondrinas de la primavera, quizás, llevado siempre por un optimismo dramatizado o un poco exagerado. Posiblemente Acebumeya sea un lugar de energía excepcional que puede hacer retornar a los espectros errantes como un imán espiritual. Puedo recordar que el arco iris sobre Cerro Lucero tenía algo de esta energía excepcional: electromagnética y celestial, cual Monte Olimpo.

       Veo a la gente pero ellos no me ven a mí. ¿Acaso soy un fantasma?  Estoy en mi aldea de nacimiento, en Acebumeya en pleno Parque Natural de la Sierra de Almijara (Málaga) a la falda del Cerro Verde, que tiene forma triangular a modo de pirámide natural. Es imposible describir tanta belleza. Situada cinco o seis kilómetros al norte de Frigiliana. Ahora la veo reconstruida. Al final de carril se alza una capilla nueva y grande a la advocación de San Antonio. La antigua ermita era pequeña como un horno de pan y estaba en la placeta, hoy, en su lugar construyeron otra nueva como una caseta donde hay un cuadro de un  San Onofre del pintor Ramón F.; es decir, que me encuentro con dos lugares de devoción: Una capilla y una ermita, y eso que aquí, actualmente, no hay más de cincuenta casas reconstruidas, cuyos propietarios no viven aquí como residentes, sino  como transeúntes o turistas,  e incluso el Zumbo, el dueño del bar restaurante alquila casas rurales.  Recuerdo que,  de ordinario, la vida se hacía en la puerta de las casas, en el rellano, debido a que las casas eran pequeñas y no cabíamos todos dentro ni había comodidad alguna. En el descansillo de las puertas, que  siempre estaban abiertas, se comía y se trabajaba haciendo sogas o tomizas de esparto, esparteñas, serones o pleita de palma, siempre había algo que hacer, y si llovía nos metíamos en las casas a jugar a las cartas, por lo general: al tute, a la brisca o al cinquillo. Este era un lugar parecido a la felicidad.



                  (Acebucha, lugar donde despierta el narrador)




       Existen documentos sobre esta aldea de mediados del siglo XVI. Fue una aldea morisca junto a un arroyo que llaman del Acebuche o Acebuchal. Mi aldea se encuentra encajonada en el fondo de un agudo valle en “V”. Al sur cardinal, en frente,  se alza inexpugnable  la mole verde del cerro de El Fuerte  donde se libró la célebre batalla de Frigiliana en 1569 entre moriscos y los cristianos reconquistadores. Una vez subí arriba donde existe una explanación amplia, y daba la sensación de la existencia de una muralla cuadrada de piedras sueltas de unos cien metros de lado, y abundaban cacharros rotos de cerámica vidriada. Debajo, mirando al sur existe una gran oquedad, es el Tajo Colorao.  Luego tras dos siglos de tinieblas desapareció del mapa de Málaga, nada de ella se supo, se despobló completamente, no fue hasta los siglos  XIX y XX  cuando que se repobló por gente de Cómpeta, Frigiliana y Torrox. Fue luego una cortijada cristiana de repobladores, más bonita que una mariposa sobre el romero, ella era... como diría... el Meridiano Cero, el Polo Norte del Mundo, inexistente en los mapas de la  Axarquía malacitana (procede del árabe šarqíyya, que significa "parte oriental" o "región oriental"), un punto energético, mi "ombligocentro" del mundo, mi Arcadia.

        Su situación geográfica era cruce de caminos entre Frigiliana, Torrox y Cómpeta para ir a Granada, por la conocida Ruta de la Miel, un abrupto camino o vereda de arrieros o de herradura por la cornisa de la Sierra de Almijara hasta llegar al límite con los pueblos de Granada como Játar o Jayena. Aquí se refugiaron moriscos, y luego republicanos durante la toma de Málaga por Franco en febrero de 1937,  que no quisieron pasar bajo el fuego de los barcos Cervera y Canarias por la bombardeada carretera dirección Este desde Málaga a Almería (205 kilómetros de muerte), se calcula que hubo entre tres mil y cinco mil muertos por los bombardeos desde la costa contra la población civil que huía, así como por la aviación italiana y alemana a las órdenes de Franco. La estampa de muerte coincide con los símbolos del Guernica de Pablo Ruiz Picasso, pintor natural de Málaga nacido en 1881, en la plaza de la Merced.

       Natalio Gómez de Encinas, que había perdido a toda su familia, mujer y tres hijos al pasar por la carretera, en la zona de los Peñoncillos de Torrox, subió a la aldea de Acebumeya por el camino de los arrieros hasta la higuera de Evaristo, el Feo, donde lo encontraron unas mujeres que iban a lavar la ropa. Lo socorrieron como buenas samaritanas y en Acebumeya se quedó más de dos meses, como refugiado de la guerra hasta que un día se fue medio loco.

  Después de la guerra civil estas intrincadas Sierras de Almijara fueron refugio de maquis, huidos por diferentes delitos y refugiados republicanos que no quisieron o no pudieron tomar el camino de escape de Almería hacia el Levante republicano o para embarcar hacia Orán. Una sierra de dolor y sufrimiento.  Sobre todo a partir del verano de 1946 cuando se formó la Agrupación guerrillera de el “Roberto”. Hubo un cuartel de la Guardia Civil en lo alto de Cerro Lucero (1.779 metros) para vigilancia del paso de maquis o guerrilleros antifranquistas o “gente de la sierra”, según del lado en que se mire, puesto que, tanto la Guardia Civil, los Regulares y la población sufrieron múltiples bajas.


(Así quedó Acebumeya -Acebuchal- durante mñas de 40 años)




         Sin embargo, para lloro de la historia del lugar y de mi alma peregrina, Acebumeya fue despoblada en 1948 o mejor diría que en tiempo de los maquis (voz corsa que significa, además de monte o maleza, echarse al monte a vivir a salto de matas) la Guardia Civil obligó a sus habitantes a abandonar sus casas, por ser sospechosos de colaborar y alimentar a los maquis que en esta sierra se refugiaron durante unos seis años de terror.   Años después volvieron un par de familias a cultivar los ricos y fructíferos bancales, hasta que en 1965 se quedó totalmente abandonada.  Y, poco a poco, las paredes de unas 50 casas se vinieron abajo, y, detrás de ellas los techos hasta quedar todo hecho un escombro como si hubieran recibido el impacto de una bomba atómica. Ya no se escuchan los cenceros de las cabras ni el abatir de los cascos de las acémilas sobre su única calle empedrada.  Y no fue hasta el año 2003 cuando los hijos de los antiguos vecinos iniciaron su reconstrucción que, ahora, en esta reencarnación mía o invocación insólita desde el más allá, observo y contemplo con gran alegría para mis sentidos y mi ánimo que sus casas están arreglas y encaladas como antaño: resucitadas. Es decir, que la Acebumeya de hoy está levantada sobre los paredones que quedaron tras su destrucción por el abandono de sus moradores y la dentadura del tiempo, y ahora se ha convertido en un atractivo lugar de turístico-rural que incluso tiene bar con restaurante. La Historia de la Acebuchal  la escribí antes de morirme, hecho que sucedió en el 9 de agosto de 2004 por un infarto cerebral y, dicen, cosa rara, que esta historia anda escrita por Internet, como aquella primera parte del Quijote que andaba en libros.  Hoy es el 21 de mayo de 2013.


(Actual capilla de San Antonio en Acebuichal- Acebumeya de la novela)

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